Esta semana vimos el documental Retratando
a los Friedman, de Andrew Jarecki, la cual analiza la naturaleza escurridiza de
la verdad a través del prisma de uno de los casos criminales más extraños en la
historia de américa.
Interesante
tema de relevancia social no solo en Estados Unidos, sino en todo el mundo, hay
tantas cosas que reflexionar de estos personajes y su vida, quedando de
manifiesto muy bien la locura de esta familia.
A finales de
la década de los 80, Arnold Friedman fue detenido cuando la policía interceptó
un envío postal a su nombre con pornografía infantil. Se daba el hecho de que
Arnold impartía en su casa clases particulares de informática a menores de edad
y lo que empezó como un caso de posesión y adquisición de artículos indebidos
se convirtió sin solución de continuidad en uno de abuso sexual a menores. La
policía también acusó a Jesse, hijo de Arnold, que ayudaba a su padre en las
clases.
A primera
vista, los Friedman de origen judío y clase media-alta, parecen ser una familia
típica. Arnold Friedman es un profesor reconocido, su esposa Elaine, es ama de
casa. Juntos crían a sus tres hijos en el espléndido pueblo de Great Neck en
Long Island.
En ocasión del
Día de Acción de Gracias, la familia está reunida en casa preparándose para una
tranquila cena festiva. Repentinamente, un grupo de policías irrumpe por la
fuerza en la casa, rompiendo la puerta principal y los oficiales se apresuran a
registrar cada rincón de la casa, llevándose cajas que llenan con pertenencias
de la familia.
Arnold y su
hijo Jesse de 18 años de edad son arrestados, esposados y trasladados a través
de un laberinto de periodistas, luces, cámaras y camiones ubicados en su patio
delantero.
Tras
desarrollarse una complicada investigación, padre e hijo son acusados de
cientos de delitos aberrantes. Mientras la familia proclama su inocencia, la
comunidad de Great Neck está conmocionada y los Friedman se convierten en el
blanco de la ira de sus vecinos.
A medida que
la policía continúa con la investigación y la comunidad reacciona, la familia
comienza a derrumbarse, revelando inquietantes cuestionamientos sobre la
justicia, la comunidad, la familia.
Los rumores y
las verdades entorpecen el día a día. ¿A quién debemos creer?
El documental
hace así el esperado recorrido por los hechos en versión de todos los
involucrados.
Pero hasta
aquí lo que parece común y hasta rutinario en un documental de este tipo, lo
que lo diferencia es la difícil ecuanimidad que el director demuestra a lo
largo del metraje, no nos presenta al patriarca de la familia y a su hijo
también acusado como monstruos sentenciados con anticipación como tales, sino
que se permite las dudas respecto a las conclusiones sacadas en el momento del
escándalo.
Más allá
todavía nos lleva a conocer la historia de esta familia con sus formalidades y
conflictos como la de cualquier otro hogar. Es ahí que conocemos datos acerca
de la posible causa de este extraño caso que pueden remontarse incluso hasta a
la infancia del protagonista.
Pero el
documental también registra en una narración ejemplar la tragedia de los
Friedman, su desintegración sistemática, nos los muestra especialmente a la
madre y los otros hijos como abatidos, como seres que cargan culpas ajenas.
Este lado de la cinta es el más desolador e impactante registrado casi siempre
por la omnipresente videocámara de David, el hijo mayor.
El largo
proceso y los constantes conflictos internos hasta la resolución dejan de
parecer los de un caso excepcional para tomar la apariencia de una común y
grosera disputa familiar, la manera en que nos son transmitidas resumen el
espíritu e intención del documental.
Muestra no
solo el proceso de destrucción familiar de los Friedman, sino que también
destapa la débil investigación policial que llevó a Arnold y a Jesse a la cárcel.
Se advierte que nunca hubo evidencias físicas de violaciones, sino solo
testimonios y que hay contradicciones entre los testigos. La película retrata
una sociedad paranoica. La policía interrogó a los alumnos de Arnold a través
de hipnosis y técnicas similares para la recuperación de la memoria.
Por su parte,
los padres que sostuvieron que sus hijos no habían sido abusados fueron
rechazados por la comunidad.
El montaje del
documental es bueno y hace que la historia no sea demasiado pesada.
Al final nos
queda claro como los intereses y las pasiones envueltas en los casos de abuso
infantil y pornografía remueven lo más profundo de las entrañas de una sociedad
decadente y contradictoria, cuya condena pública a los abusos sólo se equipara
con lo rentable de una industria subterránea que ha encontrado un detonante
importante con el acceso generalizado a la Internet.
Retratando a
los Frieman (Capturing the Friedmans, USA, 2003) Dir. Andrew Jarecki. 107 min.
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